Ayer aterrizábamos en Madrid los 23 intrépidos aventureros que pudimos disfrutar de cuatro intensas jornadas en tierras belgas. Las caras de cansancio y las siestas en el vuelo de regreso a casa evidenciaban que no habíamos desaprovechado el tiempo durante la excursión. Ahora que todos los recuerdos están muy vivos queremos compartir con vosotros lo más significativo del viaje, dejando para el Tomas Times las anécdotas y demás relatos populares.
Comenzaba nuestro viaje el día 11 de febrero bien temprano, a eso de las 2:30 de la madrugada. Viaje en bus hasta Madrid y avión rumbo a la capital de Bélgica y de Europa. Dedicamos el primer día a recorrer algunos de los puntos más significativos de Bruselas, ciudad cosmopolita y multicultural donde las haya. Antes de comer nos dirigimos a visitar la quinta basílica más grande del mundo, dedicada al Sagrado Corazón. Desde la base de su cúpula, a unos 80 metros de altura, pudimos disfrutar de unas inmejorables vistas de la ciudad. La tarde la dedicamos a recorrer a pie el centro histórico, deteniendo nuestros pasos en algunos de sus espacios y monumentos más singulares como la Grande Place o la Catedral. Con tanto andar algunos no pudimos resistir la tentación y sucumbimos al dulce olor de los gofres.
Al día siguiente tocaba madrugar ya que la jornada se vislumbraba intensa. A las nueve ya estábamos visitando el Parque del Cincuentenario, donde solo pudimos hacer una visita fugaz al Museo de Historia Militar, ya que a las 10:30 horas teníamos el plato fuerte de la mañana: una visita al Parlamento Europeo. Allí pudimos conocer con mayor profundidad el funcionamiento de las instituciones europeas así como hacernos las fotos de rigor en el salón de plenos y la sala de las banderas, espacios que siempre vemos por la tele y que tuvimos la ocasión de visitar. Desde aquí queremos agradecer a Jorge, antiguo alumno del Colegio Diocesano de Ávila y actual asesor del eurodiputado Díaz de Mera, la acogida, el buen trato y las atenciones que nos dispensó durante nuestra visita.
Ya rayando el mediodía nos dirigimos a la estación central de tren con destino a Gante, la ciudad de Carlos V. Un tranvía nos dejó al lado de la catedral y después de comer iniciamos la visita al casco histórico. A todos nos sorprendió su monumentalidad, destacando las tres grandes torres que despuntan y se erigen por encima de la ciudad. Entre los muros de su catedral se guardan grandes tesoros de la historia del arte como La adoración del Cordero místico, obra de los hermanos Van Eyck, y desde la torre belfort pudimos disfrutar de una preciosa panorámica de Gante. Con la caída del sol regresamos de nuevo en tren a Bruselas.
El sábado lo dedicamos por completo a la ciudad de Brujas, a donde nos desplazamos en tren a las nueve de la mañana. Con unas gélidas temperaturas comenzamos nuestra visita siguiendo el sendero de los canales hasta el lago del amor y el beaterio. Accedimos a la ciudad por estrechos callejones que guardan todo el sabor de otros tiempos y de mucha historia en sus paredes. Brujas es una especie de ciudad de cuento, en la que la vuelta de cada esquina te sorprende con una plaza, un palacio, una torre... Como no podía ser de otra forma, decidimos navegar por sus canales a bordo de una barca para descubrir la ciudad desde otra perspectiva. No sabemos si mojaba más el agua del canal o la de la lluvia que caía, pero el caso es que acabamos bastante empapados. Después pudimos visitar la basílica de la Sangre de Cristo, donde rezamos ante esta reliquia del Señor. Para finalizar la jornada hicimos buen acopio de los afamados bombones de Brujas, con la intención de llevarnos un dulce recuerdo. Y de nuevo, ya con el sol ocultándose regresamos en el tren.
El viaje iba tocando a su fin y el domingo por la mañana fuimos a ver el símbolo moderno de la ciudad de Bruselas, el famoso Atomium. Pudimos acceder a su interior y contemplar las vistas que ofrecen su más de cien metros de altura, pero a decir verdad impresiona más por fuera que lo que se puede ver por dentro. Hechas las fotos y fotos y más fotos de rigor terminamos nuestra visita de la mañana paseando por la zona del Palacio Real. Un poco de tiempo libre, comida y todos al aeropuerto.
Como siempre, un viaje inolvidable no solo por las cosas vistas y aprendidas, sino sobre todo por las personas que conformamos el grupo y que hicimos de estos días una bonita experiencia humana de convivencia y amistad.